lunes, 2 de marzo de 2009

La bailarina

Si todo fuera tan sencillo como preguntar unos cuantos nombres, no habría problema, pero el buscar sus orígenes estaba resultando algo difícil. El árbol genealógico de su familia era demasiado amplio y María estaba cada vez más cansada de hacer conjeturas y de sentarse noche tras noche en la mesa de madera del comedor a tratar de resolver el enigma.
Había hecho ya tres viajes en coche a Morelia para investigar acerca de una bailarina de apellido Domínguez. Ese era el único dato que tenía, ya que Paula, su madre adoptiva, solo le había dado la pista de que a su madre biológica le encantaba bailar. Era paradójico y muy extraño que la muerte la sorprendiera de ese modo tan abrupto y que ella no hubiera podido decirle toda la verdad a María.
El motor había quedado destrozado y no había ningún sobreviviente. Ella era joven y muy bonita pero los ojos de un tono azul profundo y el cabello rubio indicaban que era muy extraño que hubiera tenido una hija como María, de tez morena y ojos oscuros.
Por algo era que María se sentía tan atraída hacia las culturas prehispánicas…ese algo parecía ser su origen.
Todo comenzó una tarde de abril cuando al buscar ciertos documentos en el clóset de Paula misteriosamente cayeron al suelo unos papeles que parecían ser un acta de adopción, pero la mayor parte de este documento estaba roto. También había una foto de una bailarina de ballet clásico que al reverso decía “señora Domínguez, madre de María”.
Al ver su nombre impreso en aquel papel María telefoneó de inmediato a la que hasta ese entonces creía que era su madre y que se encontraba de viaje, hospedada en un lujoso hotel de San Diego para impartir una más de sus conferencias acerca de las técnicas de relajación muscular que tanto efecto habían surtido en millones de personas con problemas de estrés, pero como siempre, Paula estaba muy ocupada para atenderla y María solo pudo dejar un mensaje en la contestadora.
Cuando Paula llamó de regreso a casa, María ya no estaba ahí, pues en su desesperación por saber algo había acudido a su único pariente en la Ciudad de México, Pablo, su supuesto tío, quien era un exitoso hombre de negocios que se dedicaba a firmar documentos con plumas Mont Blanc y a beber Cognac Hennesy XO mientras discutía con sus amigos acerca de los próximos cuadros que compraría en las subasta de Sotheby´s.
-Ese es un tema muy complicado María, es mejor que hables con Paula, experta en el tema de la adopción-le dijo Pablo irónicamente, -Además ella nunca quiso decirnos nada cuando regresó contigo de aquel misterioso viaje que hizo a Morelia-, concluyó.
La historia parecía estar cubierta por un extraño barniz muy difícil de quitar y María estaba cada vez más consternada ¿Cómo era posible que Paula hubiera muerto en un trayecto tan corto? El congreso en San Diego había sido un éxito y ella regresaba exhausta del aeropuerto cuando decidió pararse en una farmacia a comprar unas aspirinas, fue entonces cuando la camioneta envistió al taxi en el que Paula volvía a casa dispuesta a terminar de contarle la historia de su vida, a quien había sido su vida misma, su hija María.
La mezcla de sentimientos era terrible y María se sentía desesperada. Aldo, su estúpido novio, como ella lo llamaba, le había comprado una enorme paleta de caramelo –para que te endulces la vida y dejes de pensar en tu familia-, le dijo. A ella le había parecido un gesto tierno, pero estúpido al fin y al cabo.
Lo único que la hacía olvidar la pena de la muerte de su madre adoptiva y de no saber de donde venía, eran las cervezas que bebía acompañada de sus amigos “los mugrosos” como Paula les decía al grupo de amigos de María que estudiaban de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
La última vez que María y Paula habían peleado, lo cual era bastante común, María le había gritado que lo importante no era la cartera de las personas, sino lo que llevaban dentro del alma. Esta frase retumbaba en el cerebro de María, quién no podía apartar de su mente las escenas del velorio de Paula, su cara inerte yacía dentro de ese ataúd y sus hermosos ojos se habían cerrado para no abrirse ya más…no lo podía creer y encima de ello pensaba en sus infructuosos viajes a Morelia en busca de la bailarina perdida que años antes la había dado en adopción.
Fue entonces cuando súbditamente se levantó, caminó al baño, y dejando atrás la mesa de madera, las actas y las fotografías sacó del botiquín un frasco de pastillas. Se las comió una por una, observando su extraña coloración anaranjada y dejando correr el agua del lavabo mientras llenaba una y otra vez el vaso de cristal que Paula había colocado ahí.
No podía llorar por más que lo intentaba. Entonces regresó al comedor, apagó la luz y con tan solo 19 años a cuestas y un dolor demasiado grande dentro del pecho se sentó en una silla lista para morir.

A.L. 2004

p.d. este cuento es un ejercicio que realicé con las siguientes palabras elegidas al azar.

Palabras:
Árbol azul materia cervezas
Mesa caer barniz cartera
Coche hotel farmacia morir
Bailar plumas mezcla
Motor cuadros paleta

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