Eran las cuatro menos diez. Llevaba ya dos horas y cuarto escribiendo, estaba exhausto. No comprendía como algunos de sus colegas pasaban días enteros creando y creando. Para él la inspiración llegaba poco a poco, momento a momento y era algo bastante efímero, difícil de encontrar. De cada diez cuentos escritos, tal vez uno valdría la pena, los otros serían un refrito, un remake mal hecho de alguna vivencia u ocurrencia, fuera quien fuera el autor.
Marco se paro, se talló los ojos, cerró la computadora y caminó lentamente hacia la cocina, estaba solo…como desde hace cinco meses ya. La partida de Mariana había un episodio tan extraño, pues no había habido gritos, golpes ni llanto como él se lo esperaba, simplemente ella había empezado a empacar de un día para otro mientras él la contemplaba silenciosamente. Cuando terminó de empacar la última prenda le dijo –Me voy, gracias por todo pero esto ya no puede ser-, y él le había contestado con la misma frialdad –Es tu decisión y nada puedo hacer para cambiarla, espero que encuentres a alguien que si te entienda y seas feliz-.
Mariana había sido su pareja durante seis años, se dice fácil, pero ahora que Marco había frecuentado a otras chicas veía cada vez más lejana la posibilidad de volver a vivir con alguien, tal vez había tenido mala suerte, pero ni Nicole con su despampanante belleza ni María con su ternura inigualable habían logrado sacarle de la cabeza a Mariana y sus hábitos extraños. Extrañaba oírla lavarse las manos cada dos horas y extrañaba también las etiquetas en los frascos de la alacena y el refri que indicaban el contenido.
Mientras caminaba pensaba que tal vez era hora de prepararse algo de cenar e intentar dormir, de cualquier manera todavía tenía tiempo para completar la serie de cuentos requeridos para aprobar el diplomado que estaba tomando en la SOGEM.
Abrió el refrigerador y mejor decidió prepararse un café e irse directo a la cama; extrañamente esta bebida que ponía nervioso a más de uno de sus amigos y supuestamente les quitaba el sueño a él no le hacía ni cosquillas, podía tomarse dos o hasta tres tazas y dormir como un lirón, -Todo está en la mente- pensaba.
Encendió la cafetera roja, igual que toda la cocina que había decorado especialmente al gusto de Mariana y llenó el recipiente hasta la rayita que marcaba el cuatro. Saco un tarro de la alacena, que por cierto, estaba bastante vacía y se sentó a esperar la bebida. Se recargó en la mesa y se empezó a quedar dormido, asi que decidió irse al sofá para estar más cómodo en lo que la cafetera terminaba su labor.
En cuanto su cabeza tocó el cojín Marco cerró los ojos y se quedó profundamente dormido, cuando despertó el reloj del horno de microondas marcaba las 8:00 había dormido demasiado y tal vez el café ya estaría frío.
-No te preocupes, ahorita pongo más, te quedaste dormido- decía una voz proveniente de la recámara.
Marco se incorporó asustado y caminó hacia la recámara…era preciosa, tenía largo cabello castaño, una figura encantadora y deslumbrantes ojos verdes, estaba recostada en la cama, vestida con jeans y una blusa blanca que contrastaba con el verde de la colcha.
-Perdóname pero…
-No te preocupes, se que se te hará algo extraño verme aquí, pero me han enviado para curarte, te han visto ya muy preocupado y eso no está bien, por lo que me quedaré un tiempo contigo, si no te molesta, claro-dijo ella
-Pero no se quién eres… ¿Te han enviado? ¿Quién te mandó? No entiendo nada…¿Cómo que te quedarás un tiempo? Pero ¿Por qué?
-Ponte cómodo y no hagas tantas preguntas que no puedo contestar, mejor asume mi presencia y déjate llevar, te aseguro que te la vas a pasar bien, te olvidarás un poco de esa obsesión tuya por crear y crear historias y te divertirás, no puedo decirte nada más, pero si necesito que estés de acuerdo para que yo pase el reporte.
-¿El reporte? Esto debe de ser una broma dijo Marco, -¿De qué carajos me estas hablando y qué haces recostada en mi cama como si fueras la dueña y señora de la casa? Y lo más importante ¿Quién eres? Esto me está poniendo muy nervioso…será mejor que te vayas, replicó
-Me llamo Raquel y no es para que te alteres tanto…creo que han tenido razón en mandarme contigo, necesitas un poco de paz ¿Por qué no enciendes las velas que están en la sala y me invitas a cenar… ¿Ya es hora no crees?
La furia que había sentido Marco en un principio pareció disiparse poco a poco y de pronto se encontró abriendo una botella de vino y dispuesto a disfrutar de la compañía de esta hermosa y extraña mujer que lo incitaba a olvidarse del mundo.
-Voy a tomar un baño si no te molesta- anunció Raquel desde la recámara
Marco se sentó nuevamente en el sillón y volvió a recostarse, cerró los ojos y suspiró, empezó a quedarse dormido una vez más pero era un sopor extraño, el tiempo parecía haberse detenido, esta sería la aventura ideal de cualquiera de sus amigos, pensaba, pero se sentía tan extraño bebiendo de la copa una y otra vez, tenía ganas de regresar a la recámara y ver a la desconocida más de cerca, mirar como se enjabonada el cuerpo, el cabello y tal vez esperarla con una nueva actitud, más tranquila, -Perdóname fui demasiado descortés-, dijo Marco en un tono un poco más fuerte de lo normal, pero nadie contestó. De pronto decidió pararse pues el sonido de la regadera había cesado y la curiosidad era cada vez mayor.
Llegó a la recámara y todo estaba intacto, el edredón verde perfectamente alineado, los cojines en su lugar, no parecía haber rastro de que alguien hubiera estado en la cama. Caminó rápidamente hacia el baño y no había agua, estaba seco, los frascos de shampoo en su lugar, el jabón, la pasta de dientes, todo tal y como lo había visto la última vez.
-No te escondas, acepto que fui grosero pero fue solo el momento- le estaba pidiendo disculpas a una desconocida y todo por satisfacer una serie de deseos atrasados…-Podemos platicar si quieres, ya abrí una botella de vino…
Silencio absoluto.
Ella no habría podido salir por ningún lado, el décimo piso del edificio era demasiado alto para realizar un escape con sábanas anudadas y la única puerta era la de la entrada, que estaba en la sala, a unos metros del sillón en donde Marco había estado sentado hacía unos minutos.
-Vamos, sal…se que estás escondida….
Abrió el clóset, caminó hacia el estudio, miró en todos los lugares posibles…y nada, se había esfumado, parecía que Raquel había sido un espejismo.
-No puede ser- pensaba, mientras recorría una y otra vez el departamento. Levantó el teléfono e instintivamente marcó el celular de Mariana.
-¿Bueno?- Dijo la voz…aquella voz tan familiar
Marco colgó de inmediato -¿Qué estoy haciendo? Me voy a volver loco-. Instantáneamente llamó a Raúl. –Hola hermano, me sucedió algo tan extraño que es digno de platicarse ¿Tienes tiempo de que nos tomemos unos tragos? Si, voy para allá, no creo poder estar un segundo más dentro de este lugar, te veo ahorita, bye-.
Tomó su chamarra, las llaves del auto y el celular y salió casi corriendo de la casa lejos de los recuerdos y de la presencia extraña que lo había visitado aquella noche. Cerró la puerta fuertemente y sintió un escalofrío.
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